Llegué, por primera vez, al territorio de la Cultura Kallawaya el año 2014 y sentí que en el lugar habitaba la magia.
Paulina Callapa, una partera, tradicional Kallawaya de la comunidad de Caalaya, fue la primera persona que me recibió, ella me mostró su mundo de una manera tan singular que me hizo amar el trabajo de las parteras de esa región. Gracias a ella entendí la importancia de la partería tradicional.
Camine por los senderos de la comunidad buscando conocer otras parteras Kallawayas y así encontré a Senovia Paye, de la comunidad de Curva, ella desde sus 8 años acompañó a su madre cuando asistía partos, así aprendió.
La vida misma formó a las parteras Kallawayas, sus madres les transmitieron su saber, su conocimiento de las plantas para sanar y la práctica de la partería que usa rituales para el bienestar de la madre y del bebé.
Un legado que ellas continúan transmitiendo a sus hijas, como Simona Chacumo, que comparte su conocimiento con su hija Marina Casilla. Las conocí, a ambas, en la comunidad de Lagunillas.
Le comenté a Simona que quería conocerla y acompañarla en sus actividades, y me llevó a cosechar ocas a la cima del cerro. Ahí aprendí, no solo a cosechar ocas, entendí la vida de Simona y su sabiduría. Nos acompañó Susana, su nieta, y comentó que ella nació ahí mientras cosechaban, Simona tuvo que asistir a su madre en esa cima. Susana nació junto a los cóndores que vuelan por esas alturas.
Domitila Espinoza, partera de Upinhuaya, me enseñó el poder de la paciencia. Tuve que esperar, durante varios viajes, que ella me permitiera hacerle un retrato con su traje de gala. Supongo, porque disfrutaba de mi compañía y pensaba que si conseguía la foto ya no volvería, pero no fue así, yo continúe visitándola.
Las visite durante varios años y cada vez que compartía tiempo con ellas entendía más el poder de la vida. El milagro de nacer acompañada de tus rituales, tu cultura y tu familia. Entendí el parto como algo natural y respeté la labor de las parteras tradicionales, como acompañantes y sanadoras de las mujeres de sus comunidades.
Pasó el tiempo y algo faltaba, todavía no había tenido la suerte de presenciar un parto, pero conocía a los niños, que después de tantas visitas ya me conocían y me llamaban “tía”. Ahí decidí que ellos podían ser los narradores de sus propios partos.
Este libro es una bitácora visual de mis viajes y es mi forma de agradecer a todas las personas que han compartido conmigo sus vidas y me han ayudado a nacer.